Publicaciones:
El Mar de Venus. Editorial Hijos del Hule. Barcelona (2010).
Ferro, el Muñeco de Hojalata que Quería ser un Niño con Corazón. Ediciones Gentle Noise. Barcelona (2011).
La Habitación de los Pájaros. Premio Relatos Románticos (2012). Publicación en antología Ese Amor que Nos Lleva, Ediciones Rubeo. Barcelona.
Microrrelato. (Antología). Epidermis. Barcelona (2012).
De tu boca, el despertar (poemario). Ediciones Carena (2013, Barcelona).
Todas las primaveras son pecado (poemario). Ediciones Carena (2016, Barcelona)


martes, 1 de febrero de 2011

APUNTES DE VIAJE
Fortaleza/Jericoacoara (Brasil)

Lluvia ¿no decían que el nordeste era casi desértico? Pues en enero llueve, y mucho.
Forró y música sertaneja en el aire.
Personas pequeñas en su tamaño y enormes de corazón. Lixo en la playa: plásticos, papel… Incluso un pobre sapo muerto, que por su aspecto debió haber sido pisoteado en un descuido, o no… El estómago hundido y los ojos abiertos buscando amparo en el cielo.
Playas de extensión y belleza infinita, sobrecogedora.
Dunas de arena blanca escondiendo paisajes desérticos y mojados por el cielo.
Nubes en un vaivén constante: negras y algodonadas, danzando armoniosas e impredecibles ante mis ojos.
Aguas turbias como su cielo, de marea indómita: entro despacito, con mucho respeto, porque soy diminuta, casi inexistente entre el mar oscuro y sus dunas.
Las olas cubren y abandonan la orilla a su antojo, dejando sólo sus rastros de espuma y vida oceánica en la arena compacta. Y un pequeño pez, que encontré agonizando en la orilla, sofocado, sin aire ni agua en sus escamas.
Entre las dunas, de vez en cuando, aparecen vestigios de vida, colores y carne: una flor, un asno, un cactus, una cabra… Apenas sobreviven,  con instinto puro de vida, indiferentes a mi emoción por ser y existir, en ese yo y ahora, que está con ellos.
En el pueblo, las personas viven bajo la lluvia, caminan de pies desnudos y se mojan con alegría la piel desértica y morena.
Yo camino tras sus pasos, intento grabar mi pasado, presente y futuro en la tierra, en sus huellas. No me siento sola, me siento parte: de la lluvia, de la tierra color cobre, de las manos que saludan, los ojos que sonríen, las miradas que se cruzan y reconocen…
Volviendo a las ranas y sapos, aquí los hay de todos los tamaños y colores. Siendo una gran ignorante en materia de anfibios, prefiero mantener una cierta distancia por pura cautela.
Pero me siento fascinada por su naturaleza viscosa, boba  y saltarina.
Mientras comemos de noche en la cocina, ellas aparecen de forma inesperada e implacable, dispuestas a aterrorizar a los comensales: Caen sobre los aperitivos, en la sopa, en la cerveza…
Está claro: las ranas o nosotros. Mejor dejarlas saltar libremente en su reino. Al fin y al cabo ellas más que nadie forman parte de este lugar y sus noches lluviosas.

Hoy, finalmente, ha parado de llover. El pueblo viste sus mejores ropas para encontrarse con el sol y la playa. Transformada: la arena sólida y fría ahora es transparente y suave como una caricia.
Aprovecho el sol para recorrer las dunas y perderme - o encontrarme- en la playa que se extiende más allá de donde alcanzan mis ojos.
Entonces, tengo la impresión de estar en el desierto: puedo escuchar los bramidos de los camellos, las voces roncas de los nómadas y señores del viento.
Desde lo alto de la duna puedo contemplar el cielo, más azul y eterno que nunca. Tumbada en la cima de la duna no distingo su horizonte, la frontera que separa la arena del cielo se confunde y parece un Todo.
No hay nadie más, sólo yo y mi nueva forma: cuerpo convertido en arena y sal.
La arena es posesiva, es una madre devota que quiere engullir y engendrar en su vientre todo lo que encuentra a su paso: los árboles que una vez mecieron sus ramas al ritmo sosegado del viento ahora forman parte de la madre arena y apenas se distinguen algunas pequeñas ramas. Mi toalla desaparece enterrada, y yo tampoco me reconozco, sólida y granítica.
Creo que entraré en el mar, antes de que olvide que yo soy agua, antes de que, cansada de insistir en mi sustancia, me entregue por completo a la madre arena y desaparezca engullida junto con los árboles.
Incluso el viento aquí es mágico, es Dios, es Padre…
Sus melodías son infinitas y acaban en el mar, a veces también en el cielo. Escucha: se oyen mil niños jugando en el aire, ahora un llanto, muchas risas… El viento aquí es humano.
Me gusta imaginar que por la noche, cuando todo descansa y duerme, el viento y la arena se encuentran furtivamente, ante los ojos cómplices de la luna que besa y acaricia la marea. Y entonces, lo engendran todo, todo muda y vuelve a ser dado a luz, para que, al día siguiente, nada vuelva a ser lo mismo, y todo SEA de nuevo…

Alba Seoane



1 comentario:

  1. Moito belho...me lo invento jejejej....sigue que lo haces muy bien...me gusta mucho

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